viernes, 21 de septiembre de 2012

Cadáver exquisito

¡El viernes 14 de septiembre tuvo lugar el primer cadáver exquisito en el Continente! En el mismo participamos 10 autores: Lauta, Nico, Fede, Jony, Juli, Mechi, Ini, Migue, Afro, Baco.

Fundamento

Un cadáver exquisito es una composición colectiva - normalmente un texto o un dibujo - en la que cada autor no conoce más que las últimas palabras o líneas del autor anterior, y compone su parte a partir de las mismas. Al finalizar la composición, lo que se obtiene es una secuencia de fragmentos con un mínimo vínculo entre cada uno pero que, en términos generales, puede resultar en una coherencia sorprendente.
El objetivo principal, en nuestro caso, fue desarrollar las capacidades de escritura y de creatividad, con una actividad que a su vez fomente la interacción grupal. Justamente por esto, se decidió planificar la tarea de modo de poder escribir todos al mismo tiempo, y no secuencialmente.

Metodología utilizada

Puesta en común: tema y frases
Después de un muy entretenido debate, decidimos que el título del cadáver sería La primavera del cangrejo, y se trataría de un cuento de historias naturales (al estilo de Horacio Quiroga). Asimismo, elegimos frases que servirían de nexo entre cada uno de los textos, y sorteamos el orden de escritura. Ya con las frases y el título del cuento definidos, nos dedicamos a escribir nuestras partes, con la condición de mantenernos dentro de las 4 a 10 líneas cada uno. Finalmente juntamos las partes y, tras el almuerzo, leímos entre todos el resultado.
A continuación, ¡nuestro primer cadáver exquisito!

La primavera del cangrejo

La marea subió, y el atardecer de ese día soleado se esfumaba por el horizonte. Hortensia barrenó la última ola y decidió volver a la playa. Venía caminando por el fondo del mar, cuando dos peces de colores fluorescentes se le acercaron.
-Disculpa, me llamo Roberto – el más rojo le dijo – Con mi amigo estamos buscando la fiesta de las aletas coloradas, ¿sabés dónde es?
Hortensia no se ubicaba mucho por esos mares, pero decidió ayudarlos a llegar.
-Muchas gracias – le dijo el otro pez. Esa voz le resultaba familiar, era él, lo miró y le dijo a Nemo:
-¡Vos sos actor de Hollywood!
Nemo miró con cara de quien se sabe famoso, pero quiere mantener los pies sobre la tierra:
-Bueno, Hollywood… A veces voy a un evento o dos de esos, ¡pero me gusta pensarme más como un pez con suerte!
Hortensita lo miraba y sus ojos desorbitados no podían ocultar su fascinación por el personaje. A decir verdad, en la película estaba mucho más limpio y colorido, pero en vivo se notaban los detalles de las escamas brillantes y desprolijas, mucho más reales y atractivas para la joven cangrejita.
-¡Woooow, me encantó tu película! ¡Siempre sueño que me hago famosa actuando de princesa cangreja!
-Y sí… mucho sueñan eso, pero al final se da cuando menos lo buscás…
Nemo miró su reloj pulsera sumergible, y con cara de apurado dijo:
-¡Hora de mi entrenamiento diario!
Y sin despedirse, Nemo salió a entrenar sus aletas.
Hortensia no lo siguió y, solitaria, se sorprendió soñando lúcida; sucesivas imágenes de lo que le podría ocurrir a su compañero invadieron sus ojos. Como a la mayoría de los cangrejos, nunca le había gustado nadar, pero ante una aterrante visión de Nemo siendo masticado por veinte barracudas barrigudas, en un violento ataque vomitivo de impulsividad, decidió saltar del borde del arrecife y se lanzó hacia el abismo. Mientras caía lentamente ante la resistencia del agua pensaba:
-¿Qué estoy haciendo? ¡Yo jamás haría esto! ¿Está realmente pasando?
Hay un lugar donde no hay luz, donde no hay primavera, donde no hay sueños, donde la realidad y la ficción más fantasiosa se entremezclan como los tentáculos de dos pulpos en una pulseada. Donde no amanece: el fondo del mar.
Amanece en el barco, amanece en el mar.
Los primeros rayos de sol comienzan a escabullirse entre los párpados de Hortensia, obligándola a transitar el sendero que separa el sueño de la realidad. A medida que el mundo real gana terreno, un agudo dolor de cabeza la invade. Cubriendo sus ojos del sol con sus tenazas, se dijo a sí misma:
-Que resaca hermano, no puedo más.
Y luego, sin mirar a su compañero y con los ojos aún cerrados, le dijo:
-Che Nemo, pasame las aspirinas.
Pero Hortensia se enteró de que él se había ido.
Con él también se fueron los barcos, alejándose de la orilla en busca de pesca fresca de primavera. Hortensia se encontró sola y sin saber cómo protegerse en esta nueva temporada. Su sentido de la orientación todavía no estaba tan desarrollado y los procedimientos de los pescadores le eran desconocidos. La costa parecía ser un lugar seguro para esperar el anochecer. Tal vez ahí encontrara mas cangrejos a lo cuales podría unirse. Solo necesitaba entender hacia dónde debía caminar. Pero se encontraba en un lugar tan profundo que era imposible saber que dirección tomar. Le pareció ver haces de luz y se dirigió en ese sentido. Sin embargo cuando llegó al lugar comprendió que algo arriba suyo provocaba ese efecto. Un barco tal vez. Permaneció en el lugar y la luz se fue perdiendo de a poco hasta llegar a una negrura total.
-El fondo era más oscuro de lo esperado – piensa Hortensita.
-¿siempre será así? – dice para sus adentros mientras nada en la olla, grande y oscura.
Recuerda su niñez, sus paseos en la arena donde papá cangrejo le contó que en primavera los humanos reconectan con el nacer, con la vida, y no son tan propensos a matar para comer, prefieren una dieta verde, frutas y verduras que se entregan para alimentar. Sigue nadando, y recordando. Agua cada vez más caliente de por medio, se topa con un langostino que la mira afligido y suspira:
-¿Y la primavera? ¿No llegaba ahora? ¿Nos mintieron?
Una vieira lo abraza y casi para sus adentros suspira:
-Primavera, por favor, primavera.
Se sintió bien, no estaba sola. Al final, ella no era la única...todos esperaban la primavera.
Es que ya estaban cansados del frío del mar y la arena golpeando en sus cuerpos y rutinas. Hasta que al fin el invierno terminó, pudieron salir de sus cuevas, enfrentarse con el sol cálido y los turistas que llegaban a sus playas, pensaron que ahora sí iban a poder disfrutar. Y eso fue lo que pasó, se alegraron cada mañana al despertarse, Hortensita estaba feliz y pensaba que sus penas habían terminado. Pero luego de unos días algo falló, su destino se volvió a opacar… Como todos saben, la primavera termina.
Como todos saben, la primavera también comienza.
¡E incluso a veces es primavera, si tenemos suerte!
Y nuestra historia transcurre justamente en primavera, lo cual es poco común. Esto no debe sorprenderlo, querido lector, ya que también Hortensia era una cangreja poco común.
Se había percatado ella solita de su naturaleza especial. No por nada debía asistir a colegios especiales, aceptar amigos especiales, y hasta comer algas para nada ricas, pero especiales al fin. Al mismo tiempo, sus padres, biólogos genéticos de renombre en aquella región marítima, le recordaban con constancia e intensidad que ella había nacido para “ser especial”, y que las restricciones que le imponían eran sólo por su propio bien.
Hortensia existía dentro de una burbuja de confusión y aceptación.
-¿Por qué no puedo disfrutar como los demás cangrejos, las bondades del mar?
-¿Por qué debo comer solo alimentos preparados para mi?
-¿Por qué estoy confinada a las paredes del laboratorio de experimentos de mis padres?
-¿Y por qué, cada vez que me enfurezco, mis tenazas exponen un brillo incandescente verde fluo, al mismo tiempo que comienzan a agrandarse desmesuradamente?
Estaba confundida, decidida a cambiar.
De a poquito, fue rebelándosele a los hábitos impuestos. Empezó por demandar comer algo que realmente le gustara, con la esperanza de que este primer paso fuera fácil.
A caparazón firme, se acercó al sector de Nutrición del laboratorio, se plantó delante de Gutiérrez, el encargado, y le dijo:
-Quiero una crema helada de fitoPlankton.
Gutiérrez se congeló. Entendió la situación, pero decidió desligarse y llamar a Galíndez, el chef de turno. Galíndez se acercó, después de escuchar la historia, y frunció el entrecejo:
-Hortensia, ¿Estás segura de lo que haces? – le preguntó mientras se rascaba sus avejentadas branquias.
-Si – su voz, firme como la nariz de un tiburón martillo.
El chef miró a Hortensia a los ojos. Sabía de su deseo de vivir, y deseaba no ser el encargado de poner fin a semejante aventura. Pero el deber obliga, y tenía la orden de hacer ese plato específico de cena. Aun así, y en un aire de valentía, liberó a la pobre cangreja, soltándola a su suerte en el mar, e improvisó un intento de cangrejo con otros ingredientes del lugar.
Llegó el momento de presentarle el plato a tan famoso comensal, y con manos temblorosas fue él mismo el encargado de entregar la presa. Sin embargo, no contaba con la respuesta del personaje, respuesta que cambiaría su humor y le devolvería el aire al cuerpo:
-No gracias, soy alérgica a los crustáceos

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